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viernes, 25 de junio de 2010

El despertar de la modernidad a finales del Siglo XIX: El Palacio de Hierro y su magnificencia europea


por Rocío Álvarez


Caminando por el centro de la Ciudad de los Palacios, me detengo desde el otro lado de la historia y me traslado al “orden y progreso” del que hablaba Porfirio Díaz; con esa historia que imprime las huellas todavía del rechinar de las calesas de finales del Siglo XIX; huele a perfume antiguo y ciego, en donde se escucha todavía el crujir rítmico del choque con unas baldosas irregulares, donde surge la idea vanguardista creada por la compañía europea Tron Company que se dio a la tarea de amalgamar dos culturas en pleno desarrollo, que junto con los hermanos arquitectos de la Hidalga, realizan su sueño con la construcción del edificio más alto del entorno en el centro de la Ciudad de México.

Grandes construcciones como El Palacio de Gobierno, suntuosidad barroca de la periferia, se ven amenazadas. Sus grandes arcadas y sus formas geométricas de medio punto, de materiales orgánicos enmohecidos con el paso del tiempo, con una dirección horizontal dominante y orgullosa del ayer y del hoy, acogiendo a las grandes multitudes a las que la sociedad porfirista estaba acostumbrada tienen que dar paso a la modernidad de ese entonces.

Así también, el misticismo y religiosidad de la Iglesia de San Bernardo se ven profanados en su estructura, arquitectura sólida, artesanal donde los indígenas construyeron fervientemente cada una de las figuras exteriores. Así prevalecen imágenes sacras esculpidas en cantera con manos impregnadas de sudor y fe.

Novedosos escaparates modifican un estilo de vida. Lujo y excentricidad encerrados en cristales inalcanzables donde a la vista se ofrecía un mundo desconocido. La clase dominante se apropia de ese nuevo sistema de compra y venta que le permite reafirmar su poder económico. Por otro lado, la clase trabajadora sueña y se empequeñece al comprobar la distancia entre verlo, obtenerlo y soñarlo.

Centro de entretenimiento, punto de reunión, pitillos con boquilla pintados de carmines saturados, aromas exóticos…. Maderas, flores, encajes, corsets, labiales seductores; almizcle transpirando aromas de antaño, que huelen todavía a sed de poder.

Estructura de nuevas formas y elementos menos recargados como el barroco del arquetipo, que dio paso no sólo a un sistema urbano que lo transformó en metrópoli moderna, sino también abre la puerta a la utilización de nuevos materiales. La fortaleza del hierro como alma del edificio; la belleza del mármol, espejo pulido de suntuosidad que resguarda en combinación perfecta la esencia del edificio de tonos ocres desaturados y pardos; el brillo del latón reluciente que se enaltece con los reflejos multicolores de un sol estridente y cristales caleidoscopios que conciben la opulencia en este nuevo concepto de fortaleza y equilibrio.

Esta fastuosa idea de construcción nace en el Viejo Continente, en ese París de 1852, que se ha caracterizado toda la vida por su tradición en la elegancia, en esa capital francesa donde está en boga la línea recta, de colores puros, de interpretación geométrica y de las formas de la naturaleza; en esa Europa, del Barón Haussmann de Eiffel que buscan los nuevos estilos. Asimismo en ese París, se construye la primera tienda departamental, repitiéndose este patrón de construcción innovador en Inglaterra, donde paraguas y neblina gotean de modernidad. La Gran Manzana hereda en América los prototipos europeos en los años 1873 y 1876.

Es así como en los veintes la Capital Mexicana, de Siqueiros, Rivera y Orozco adoptan el concepto de espacios elaborados por plataformas, umbrales y grandes escaleras con diferentes ambientes internos, decorados con edificios sobresalientes y diversas plantas donde se exhiben murales de corte nacionalista.

En esas calles de antaño, calles de añoranza con aroma rancio, donde las ventas se ofrecían en abanicos multicolores y se mezclaban todas las clases sociales, canastas llenas de viandas y fiesta, algarabía y seducción, hoy conocidas como 20 de Noviembre y Venustiano Carranza, se erige esa belleza arquitectónica que recae en su monumental fachada principal. Custodiando a ésta como fieles guardianes, sobresalen dos columnas de mármol travertino italiano cuidadosamente pulidas, que separan tres vanos revestidos de hierro fundido y sólido que y abren las puertas del monumental edificio. En estas columnas de colores pardos desaturados, se ejerce la presión y descansan las estructuras superpuestas. Entre columna y columna a nivel piso, dos peldaños hexagonales que unidos con los vanos marcaban la diferencia entre lo común y la elegancia, dando la bienvenida a la suntuosidad. Primer cuerpo coronado por una techumbre semicircular, suspendida con una estructura de tambor soportada por barras de hierro y forradas con cristal opalino. En la parte frontal de la techumbre, un panel cubierto de mosaico veneciano con una clave tonal media menor en la que intervienen los pardos, azules en dos tonalidades, dorados y ocre desaturado. Materiales importados que mantienen una simetría en categoría isométrica conformando el ritmo en la estructura. En la parte central de dicho panel, orgullosamente rotulado el nombre de la tienda, alas de azules saturados. Texturas virtuales en los extremos, cadencia de flores y canto.

Los impresionantes portones de hierro fundido donde se entrelazan motivos florales orgánicos que protegen y custodian el edificio. En la parte media superior, un medallón en bronce donde se unen las iniciales PH, que conservan el aroma del barroco. En ese espacio que juega en un monograma de siglas entrelazadas con un ritmo y armonía del siempre, donde los escaparates muestran seductores la última moda del vestir y del hogar; en esos espacios de horizontalidad y verticalidad donde la luz y la sombra matizan los colores de la opulencia y crean la vanguardia de un comercio que exhibe las últimas tendencias y se entretejen con el ritmo isométrico de las vitrinas, se crea una historia que marca la diferencia de la arquitectura y del comercio.

Entre el Neoclásico y el Art Decó, convergen los diferentes cuerpos geométricos y se recrean dentro de la estructura principal. A partir de su segundo cuerpo, entra la forma cilíndrica que le da un aire de postmodernismo con una secuencia de vanos cuadrados hasta llegar al tercer cuerpo, irrumpidos por dos columnas que emergen desde el mismo segundo cuerpo hasta ese tercer cuerpo ininterrumpidos, para rematar con una serie más de vanos con esquinas redondeadas. En la ventanería vuelve a desfilar y toma distancia simétricamente el hierro como elemento principal. Entre cuerpo y cuerpo se muestran arquitrabes cubiertas por mosaicos venecianos siguiendo el mismo ritmo y diseño de la techumbre. Una vez más actúan los colores pardos, los azules desaturados y saturados, las formas orgánicas, los dorados y ocres se hacen presentes, dándole un toque de distinción y opulencia creado para una sociedad elitista porfiriana y que hoy día ese concepto de buen gusto prevalece para una sociedad selecta.

Sólido el hierro; sólido como edificio; sólida como construcción; sólido como comercio y sólido al encerrar en sus escaparates la solidez de este concepto…“Soy Totalmente Palacio”

El Palacio de Hierro, imponente estructura neoclásica, que nos muestra líneas rectas y curvas que aparentemente podría estar canalizado dentro de los patrones de sencillez, tiene sus grados de complejidad. No lo sencillo tiende a ser simplista, “menos es más”.

Así seguimos escalando y llegamos al cuarto cuerpo, antesala de la culminación de la fachada principal. Ventanería en celosía de hierro y cristal de dimensiones más pequeñas en perspectiva de altura. Estos vanos descansan en un repizón. Entre vano y vano dos figuras geométricas rectangulares, estandartes que terminan en la parte inferior con un arco mixtilíneo elaborado con mosaico veneciano refractario. Su color de fondo son pardos desaturados y el azul desaturado y saturado, donde resaltan nuevamente las formas orgánicas. Todo el elemento se encuentra delineado en un color marrón desaturado, sinfonía de colores confirmando una clave tonal mayor alta.

Esos colores que se repiten en espacios continuos de la arquitectura de la fachada, son fríos. Dentro de la ley de contraste, se manifiestan las formas, los tamaños, la simetría y texturas. El edificio exhibe una ley de unidad en la ventanería. El color, los ventanales, los vanos, columnas, una vez más todo se repite en los diferentes cuerpos, ángulos y espacios que armonizan en rima poética.

Una cúpula elíptica dominante corona esta edificación con una linterna simbólica, marquesina de publicidad. En la base, un anillo reforzando el poder irrumpido por contrafuertes. En ese tambor donde se detiene la cúpula, habitan una serie de vanos separados. Vanos remetidos sobre repizones y en la parte superior una cornisa. Sencillez en el recubrimiento, cemento pulido en pardo desaturado.

Salimos del Palacio, con olor de ayer; con calesas y la pausa sin prisas de la cotidianeidad; con el humo de un cigarrillo distraído que viajó a ese México de cielos azules; de levita y chistera; de sombreros de plumas y vestidos de encajes con polizón; a ese México pre-revolucionario; a ese México de los buenos días. Taxi!!!!!

Es así como podemos argumentar que aunque este edificio consta de ciertos elementos que manejan riqueza y opulencia como se menciona en párrafos anteriores, no se puede clasificar por su belleza artística o arquitectónica una obra de arte ya que no fue concebido para este fin. Este edificio cumple con los objetivos comerciales de ayer y hoy respondiendo a la misión y visión de innovar el nuevo concepto de comercio en el México de finales del siglo XIX en donde había un poco más de medio millón de habitantes. Solamente un mínimo porcentaje de esa población tenía la capacidad económica de visitar y realizar sus compras en este nuevo concepto de tienda departamental.

“No todo lo que brilla es oro”, porque aunque este edificio mantiene una estética revolucionaria por la diversidad de formas, elementos y materiales, se utilizan matices dorados que cumplen una misión a la que va dirigido el concepto comercial. Todos estos conceptos mantienen un lenguaje subliminal de brillo que seduce especialmente a la clase elitista y dominante. Es decir, a una clase aspiracional de querer ingresar sin importar el medio. Punto de reunión de grandes personalidades en donde el encuentro era reafirmar el poder económico.

Hoy en día, este concepto aunque se ha modificado de acuerdo a la época, se ha diversificado entre las clases y ya no solamente es para núcleos de altos extractos sociales, porque se puede visitar sin limitaciones que no es lo mismo que comprar. El glamour ha cambiado y la elegancia ya no tiene etiqueta.

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